Más bien, Aranguren bailó entre bellas y non sanctas doncellas, con sus sociedades offshore, beneficiando, desde su lugar de privilegio, a Shell con la compra de gas licuado y gasoil. Sus acciones, por las que ahora deberá investigarlo la Justicia, perjudicaron al Estado con sobreprecios, incrementaron exponencialmente las ganancias de empresas como Camuzzi y Edelap, mientras los ciudadanos deben destinar más del 20% de su deteriorado salario solo al pago de servicios públicos, conquistas sociales, derechos adquiridos tan imprescindibles como un plato de comida.
Bailan con la más fea los sectores medios, PyMes, economías regionales e industrias empujadas a la desaparición por esos tarifazos, pero también por una inflación proyectada del 32%, una devaluación y unas tasas de financiamiento recesivas que pueden llegar al 100% anual, frente a una rentabilidad casi nula.
No es Aranguren quien se lleva la peor parte. Sino los trabajadores, tanto del sector público como el privado, 430.000 empleos amenazados por el freno a la obra pública y una desocupación que no hace más que crecer, siendo La Plata, capital de la Provincia de Buenos Aires, el principal botón de muestra.
Los jubilados, con haberes mínimos que no cubren la canasta básica, amenazados por una reforma previsional cada vez más regresiva, tal como anticipó el Gobierno en su carta de intención al Fondo Monetario Internacional.
Los 13 millones de pobres, para los que el acuerdo con el FMI contempla una ayuda extra paupérrima, equivalente, como informamos en estos días, a 35 gramos de pan, caldo de cultivo para un escenario de conflictividad e inseguridad que pueden reducir a nada el valor de nuestra vida.
Distendido y sonriente, el Presidente bromea (queremos creer que bromea) que él y sus hombres bailan con la más fea, celebra la inclusión de la Argentina a la categoría de país emergente, una clasificación que, entre otros puntos, exige la desregulación de los controles de capitales. Esto es: no limitar a los capitales golondrinas, verdaderos ganadores del modelo, señores a los que el Gobierno argentino les sirve en bandeja el negocio de las Lebacs o los dólares para que se fuguen con ellos.
Mientras, a nosotros, a usted lector, que se queda aquí y la pelea todos los días, que en medio de la crisis anhela algún rapto de felicidad, de esos que cada cuatro años puede ofrecer el fútbol, un Mundial, Messi, la victoria no se nos da ni siquiera en una cancha. Como si de algún modo el destino, sabio, quisiera poner las cosas en su lugar, decirnos que no hay ficción posible, que un país herido en todas sus injusticias no se puede permitir la alegría plena hasta tanto no resuelva uno a uno sus dramas. La más linda para quienes tienen todo resuelto; la más fea para nosotros. El deporte, como una cruel metáfora de la realidad.
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