La derecha, recta e implacable, llegó limpia a la mandíbula de Nino Benvenuti, que ya no podía seguir retrocediendo porque las cuerdas lo arrinconaban. El italiano cayó de rodillas, con la frente sobre la lona del ring del Palazzo dello Sport de Roma. Cuando consiguió ponerse de pie, el árbitro británico Harry Gibbs ya había llevado su cuenta hasta 10. Corría el 12° round. Todo había terminado para Benvenuti.
Todo estaba empezando para Carlos Monzón, que esa noche del 7 de noviembre de 1970, hace 47 años, se consagró campeón mundial mediano de la Asociación Mundial de Boxeo y del Consejo Mundial de Boxeo. Esas dos coronas le pertenecieron hasta que se retiró, en 1977, tras derrotar por segunda vez al colombiano Rodrigo Valdez y así poner el broche a una serie de 14 defensas exitosas.
Esa noche, el santafesino conquistó Italia, el primer destino durante un reinado que se extendió a Europa y Estados Unidos, una mezcla del glamour de Mónaco, las tardes jubilosas del Luna Park, el encanto de París y el examen del Madison Square Garden de Nueva York. Por entonces, nadie imaginaba la dimensión que iba a alcanzar Monzón salvo su vencido.
“Subirse a un ring con él era un martirio. Era un boxeador tremendamente efectivo, que iba destruyendo a sus rivales de a poco”, señaló Benvenuti, quien tuvo revancha en 1971 en Montecarlo y volvió a caer, esta vez en el tercer round. “Era magnífico dentro del ring y un gran hombre fuera de él. Lo sufrí entre las cuerdas y disfruté de su amistad fuera del boxeo”, contó el italiano.
Una sólida campaña gestada principalmente en el Luna Park, con victorias ante varios rivales estadounidenses (Candy Rosa, Charlie Austin, Harold Richardson, Doug Huntley, entre otros), los títulos argentino y sudamericano de la categoría (ambos ganados ante Jorge Fernández) y una foja de servicios de 80 combates, con apenas tres derrotas, fueron las cartas de presentación que Monzón llevó a Roma para tratar de dar forma a su sueño.
El argentino no era favorito. Casi nadie creía en sus chances. Sin embargo, no solo llevaba buenos antecedentes a Roma sino también una potencia descomunal en sus manos y una excelente preparación. Esa noche, Monzón dominó el combate en la larga distancia, con la izquierda en punya y la derecha recta, y en también en la corta, con ganchos al cuerpo y uppercuts a la cabeza.
Sin embargo, las tarjetas, localistas como tantas veces, no lo favorecían al final del 11° asalto. Solo quedaban cuatro para cambiar la historia (en aquel tiempo, las peleas por título mundial eran a 15). Entonces salió decidido. Encadenó una serie de golpes que hizo retroceder a Benvenuti, lo llevó hasta su propio rincón y dio forma a su golpe maestro, ese que quedó en el recuerdo. El que terminó con el italiano. Y empezó a dar forma a su leyenda. La leyenda de Carlos Monzón.
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