El temor no es disparatado, los propios funcionarios reconocen como posible una derrota en la provincia de Buenos Aires, donde todo indica que competirá la ex presidenta. María Eugenia Vidal intentó enmarcar esa hipótesis: “Perder la elección no es el fin del mundo”. Los inversores piensan distinto.
Si el ganador fuera Sergio Massa el efecto sería neutro. Macri apuesta su mandato a la llegada de esas inversiones. Pero el laboratorio político que conduce Marcos Peña cree que es más importante polarizar con Cristina que darle horizonte de previsibilidad al país. O mejor dicho, cree que polarizando con el kirchnerismo, ellos son los únicos que pueden garantizar futuro.
Cálculo cuyo principal problema no es su falta de grandeza –sería impiadoso exigirle eso un político-, sino que mete a la Argentina en una encerrona innecesaria: ¿Qué pasa si gana Cristina?
El otro problema que se ata a ese “programa” electoral del oficialismo –y que lo explica- es la ausencia de una agenda propia, como bien señaló el periodista Marcelo Longobardi.
"La estrategia de Durán Barba y Marcos Peña de estructurar la discusión pública en la polarización con el kirchnerismo, mete a la Argentina en una encerrona innecesaria: ¿Qué pasa si gana Cristina?"
Ya es una obviedad que la única oferta clara de Cambiemos es la misma de la campaña: “Nosotros o el kirchnerismo”. La grieta convertida en programa de Gobierno. Con el inconveniente detalle que ya llevan más de un año en el poder. Un cuarto del mandato. El discurso suena gastado, porque está gastado. Y la espectacularidad de las denuncias contra la ex presidenta no la mellan en las encuestas, porque no todo se resuelve con los medios.
Nada de esto perfora la suficiencia blindada contra toda autocrítica del núcleo duro del Presidente. No hay nada de que preocuparse, es otra vez el microclima intoxicado del círculo rojo, con su alarmismo habitual. Se equivocaron antes y se equivocan ahora. Vamos a ganar y el Gobierno está muy bien. La oposición es la que está en problemas con sus divisiones y las encuestas están operadas.
Frente a la fe, se acaban las discusiones. Sólo queda esperar a Octubre.
Pero afuera el mundo sigue rodando. El ministro Luis Caputo, verdadero hombre fuerte del área económica, miente con su mejor cara de Poker cada vez que le preguntan por el efecto de un hipotético triunfo de Cristina: “No pasa nada”. Pero sabe que miente.
Como también sabe que empujada por Trump la Reserva Federal va a subir al menos dos veces la tasa este año. Por eso tomó 17 mil millones de dólares de deuda en enero y siguió de largo con colocaciones ya imposibles de contar. “Argentina arrastra una mala reputación de años en los mercados que no se terminó de disipar, si por Trump la tasa sube un punto en México a nosotros nos va a pegar 1,3 puntos de mínima”, explicó un experimentado operador.
Déficit, atraso cambiario, deuda creciendo fuerte, problemas de empleo, inflación todavía muy alta, caída brutal de la actividad industrial, presión fiscal récord, los problemas siguen amontonándose, en el medio de tenues señales de mejora. “Comparados los números del final del 2015 con el final del 2016, después de un año de Gobierno de Cambiemos, el país está peor”, afirmó implacable un importante funcionario de Macri, expulsado por decir verdades como esas.
Homogéneo es un concepto gris para tenerlo como horizonte personal. Pero en política es peligroso. Suele disparar procesos de paranoia y manía de control. Los problemas que enfrenta el país son demasiado complejos como para pensar que todas las soluciones están en poder de un grupo de parecidos. O dicho de otra manera es notable que se busque la uniformidad de pensamiento, cuando lo que se extraña es eso: La falta de una idea clara sobre el rumbo elegido.
A no ser que se crea que las tres columnas centrales de la “ideología” new age del PRO -que difundió el filósofo oficial Alejandro Rozitchner y hasta ahora nadie desmintió- son la razón de Estado del macrismo: Cercanía, positividad y futuro. Hay que hacer un esfuerzo extraordinario para encontrar conceptos más propicios para llenar con casi cualquier cosa… y sus opuestos. Acaso el filósofo, haya dicho la verdad.
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