Comedores llenos: En la Ciudad y el conurbano porteño hay cada vez más y no dan abasto

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Comedores llenos: En la Ciudad y el conurbano porteño hay cada vez más y no dan abasto
Las organizaciones sociales advierten que no alcanza la comida y que donde antes
iban solo niños, ahora reciben familias enteras; la situación se reproduce en la mayoría
de los barrios más vulnerables.


¿Cómo transformar 300 raciones de comida en 900 platos? Todos los días, Mirta Ortega, fundadora del comedor Gargantitas, en villa Zavaleta, de Barracas, se las rebusca para hacer magia y no dejar a nadie sin comer. "A partir de las 16, la gente ya viene a formar la fila para llevarse la cena, porque tienen miedo de quedarse sin nada", cuenta Mirta, alarmada por el aumento de la demanda que registraron en los últimos meses.

El alza en el índice de pobreza , el aumento de la desocupación y la precarización del empleo que reflejaron las recientes cifras del Indec , multiplicaron su impacto sobre las familias que viven en villas y asentamientos de la Ciudad y el conurbano bonaerense.

Son las que llevan el pulso de la crisis. Desde las organizaciones que trabajan en territorio advierten que, si bien creció el número de comedores y merenderos, la mayor demanda por un plato de comida se está haciendo sentir y no dan abasto, incluso en aquellos casos en que reciben alimentos del Gobierno, que recientemente puso en marcha un plan de refuerzo.

"Muchos papás que vivían de changas ya no tienen trabajo y ahora son familias enteras las que vienen", relata Clara Lamontanara, coordinadora del comedor de la Fundación De La Calle a la Vida, ubicado a pocas cuadras de la villa El Mercado, en Caseros. Por día, dan el almuerzo a 70 niños, unas 10 personas mayores y 15 mamás.

La cantidad de personas que asisten a comedores comunitarios viene subiendo desde 2014,  según las mediciones del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia de la UCA. El último informe mostró que en 2017 un 32,7% de los chicos recibió alimentación gratuita en la escuela o en organizaciones barriales, lo que significó cuatro puntos más que en 2016. Pero si la lupa se pone sobre la condición socioresidencial, la cifra de quienes desayunan, almuerzan, meriendan o cenan fuera de su casa en villas y asentamientos asciende a 40%, y a 44% si se trata de hijos de trabajadores marginales.

Sebastián Waisgrais, especialista de Monitoreo y Evaluación de Unicef, agrega que en la Encuesta Permanente de Hogares se verifica que el porcentaje de chicos que viven de ayudas del Estado y otras organizaciones viene incrementándose. "La situación es caótica. Además de los chicos y sus papás, se sumaron personas mayores, que antes tenían cierta vergüenza de ir a estos espacios, pero con una jubilación mínima no les alcanza", asegura Ester Lafont, presidenta de la Asociación Civil ProyectARG, que colabora con 10 comedores del conurbano y con hogares y centros de acción familiar de CABA, entre otros.

La baja en la calidad
"El aumento se vio en quienes reciben alimentación gratuita, por eso una lectura es que este incremento no es solo porque hubo más niños con inseguridad alimentaria [ya que ese número se mantuvo], sino también porque se incrementó la oferta, la atención de esa población por parte del Gobierno, sobre todo de la provincia de Buenos Aires", analiza Tuñón.

Waisgrais plantea que en momentos de crisis, la ayuda alimentaria en el marco de una política social resulta clave "para fortalecer a la población que está en situación depobreza y, particularmente, aquellos en pobreza extrema, sin ingresos para cubrir una canasta de alimentos que satisfaga las necesidades energéticas y proteicas".

De todos modos, el especialista de Unicef recuerda que "favorecer que los niños y niñas cuenten con recursos alimentarios en el marco de sus hogares debería ser la prioridad de las políticas públicas".

Desde Cáritas Buenos Aires señalan que cada vez tienen más demandas y que, sobre todo, lo notan en los duchadores, desayunadores o comedores para indigentes.

"Hay más gente que vive en la calle y tenemos lista de espera en los hogares. La realidad es que no dan abasto", señala el padre Fabián Báez, párroco de María Reina de Villa Urquiza.

"Comer no es una ayuda, es un derecho de las personas y es justicia que se cumpla. Es una tarea primordial que el Gobierno asista a esos derechos básicos de los ciudadanos", destaca el sacerdote.

Claudia Isa (31) tiene cinco hijos y vive en Isla Maciel, en una precaria casa prefabricada. Es el único sostén del hogar, lo que gana haciendo changas no le alcanza para cubrir los gastos y solo gracias a las raciones que le dan en dos comedores comunitarios, los días de semana, al mediodía y a la noche, sus hijos se pueden alimentar. "Sino, no tenemos para comer", resume.

Muchos comedores implementaron la modalidad de entregar las porciones de comida y que la gente se las lleve a sus casas, no solo por una cuestión de espacio sino también con el objetivo de favorecer el encuentro familiar.

"Aumentó todo tanto que no me alcanza. Carne ya no puedo comprar, hago alitas y, a veces, solo puedo darles un té con pan", describe Claudia, entre lágrimas. "Hace unos días, por primera vez, tuve que ir a pedir a una panadería si les sobraba algo", agrega.

Sus hijos -Isaías (11), Mauricio (8), Bautista (5), Ámbar (3) y Giulian (4 meses)-, son parte de una realidad que incluye a más de 900.000 niños y niñas de la Argentina, que viven en hogares donde el ingreso familiar se sitúa en promedio en 4400 pesos, significativamente por debajo de lo necesario para cubrir la canasta básica alimentaria.

Para Waisgrais, una forma de afrontar el problema sería brindar los recursos directamente a las familias: "Las transferencias sociales -explica- tienen un mayor potencial para reducir la pobreza, mejorar las inversiones de los hogares, empoderar a las personas proporcionando una mayor seguridad y estabilidad, y mejorando así su capacidad de planear de cara al futuro y fortalecer las economías locales".

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